Coronavirus 2.
La invasión de
Grantulin.
Entonces
llegué a la sala de control, donde se encontraba Grantulin, el jefe de los
alienígenas invasores estaba sentado en su silla hecha de terciopelo. Me acerqué
y él me miró con cara de pocos amigos, se levantó dispuesto a luchar. Era mi
última oportunidad si no lo conseguía toda la humanidad desaparecería. Debía de
vencer a ese bicho y destruir el recipiente donde albergaban su arma secreta…
Pero,
para que os enteréis os lo contaré todo desde el principio…
La
historia comienza en mi ciudad New York. Yo estaba en mi casa, que se
encontraba en el centro de la ciudad. Nos tuvimos que mudar a esa zona por el
trabajo de mi padre. A mí no me gustaba, porque había mucho alboroto. Pero algo
bueno es que allí la mayoría de las casas eran de lujo y nosotros contábamos
con una de ellas.
Era
el 4 de abril de 2017, yo tenía 13 años e iba al instituto más prestigioso de
la ciudad y uno de los mejores del país, el instituto Halwolk. Las clases allí
eran bastante complicadas y digamos que no soy una persona superdotada. Mi
nombre es Cintia, por cierto.
Una
mañana nublada fui al instituto, como de costumbre, con mis amigas, Sara y
Facunda. Al llegar encontramos el instituto cerrado y desierto. Lo prometo, no
había nadie y la verja con el candado seguía puesta. Sin otra opción nos fuimos
a casa.
Cuando
llegué mi madre, Flora, me dijo: Pero Cintia, hija, ¿tú no miras en tu móvil
que han suspendido las clases hasta nuevo aviso?
Perdón- dije-
es que se me ha olvidado cogerlo, pero espera. Has dicho que suspenden las
clases.
Mi
madre asintió con la cabeza y luego dijo que no especificaron el porqué. (por cierto, si os preguntáis por qué ni
Sara, ni Facunda se habían enterado, es porque ellas aún no tenían móvil).
Me
quedé pensativa, pero pronto se me olvidó y me fui a jugar a la play. Después
de un buen rato, mi madre me gritó desde el salón: Cintia ven. Obedecí y fui.
Vi que mi madre miraba las noticias y que decían que
cerrarían hasta nuevo aviso las clases de todo el país. Ahí sí que le di
importancia. Me quedé viendo y decían que un OVNI, cayó en un instituto (en el
que las clases comenzaban 1 hora antes) como a 15 manzanas del mío esa mañana y
que mató a más de 100 niños. Me quedé sin aliento al escuchar aquello. Miles de
preguntas me rondaban por la cabeza.
Minutos
después mi padre llegó y todos nos quedamos pensativos con la notica. Yo
pensaba que quizás habría alienígenas gigantes dentro de su misteriosa nave.
Los
días pasaron y no se escucharon más casos como aquel. Dispuestos a retomar las
clases y analizar el supuesto OVNI, el gobierno ordenó que el día siguiente se
abrieran los centros de estudio de todo el país. Y así fue, al día siguiente
las puertas de los institutos y colegios se abrieron de par en par, excepto el
instituto que sufrió el accidente, pues estaban reparando los daños causados.
En
el instituto no se hablaba de otra cosa. Que si OVNI por aquí, que si OVNI por
allá. Todo el día. En verdad todos estábamos preocupados y con incertidumbres,
pero no pasó nada.
Al
terminar las clases, mis amigas y yo nos dispusimos a ir al instituto que fue
atacado para ver las investigaciones. Sé que estaba prohibido y todo eso, pero
no podía aguantarme a echar un vistazo.
Nos
acercamos un poco temerosas y vimos un platillo volador estrellado en el
instituto. No era muy, muy grande. Pero medía aproximadamente 19-20 metros de
largo. Pero se veía y se notaban mucho los daños causados. Nosotras estábamos
escondidas detrás de un coche de policía. Había muchos policías, técnicos,
expertos en alienígenas y hasta militares, apuntando con sus armas al platillo
por si pasaba algo.
Cuando
estábamos dispuestas a irnos, oímos un ruido ensordecedor que provenía del
OVNI. Todos los presentes miramos fijamente y descubrimos que la puerta de la
nave se abría. Nos asustamos. Los militares cargaron sus armas y se prepararon,
todos los policías cogieron sus cascos, chalecos antibalas y armas, los técnicos
se escondieron y grabaron todo y los expertos en alienígenas se armaron con
arpones que sedaban y con artilugios que servían para recoger muestras e
investigar su género.
La
puerta se abrió por completo y salieron corriendo 7 alienígenas de su interior
de 1 metro como mucho de alto. Los militares y demás personas los mataron
fácilmente con sus armas. Nosotras observábamos todo, escondidas, pero
entonces, notamos una mano rugosa y fría que nos tapaba la boca. Nos giramos y
era un alienígena de unos 2 metros, que nos cogió. Intentamos gritar, pero
teníamos la boca tapada. El alienígena nos llevó hasta su nave pasando
desapercibido entre las personas. La nave se cerró y empezó a elevarse, los
militares seguían disparando, pero estábamos demasiado alto. Estábamos
asustadísimas, no sabíamos que hacer. En el interior había más alienígenas.
El
que nos cogió, que parecía ser el jefe, nos metió en una jaula de barrotes de
acero en otra mini-habitación. Para nuestra sorpresa hablaba nuestro idioma y
nos dijo: hola, terrícolas, soy Grantulin, el jefe de los alienígenas, os hemos
retenido para que seáis nuestros conejillos de india y probemos nuestra arma
secreta para conquistar el planeta Tierra. El Covid-19, o como nos gusta
llamarlo, el Coronavirus. Es un líquido muy peligroso al que nosotros somos
inmunes. Hemos visto que no somos rivales para vosotros, pero con nuestra arma
podremos vencer.
Nosotras
3 gritamos a la vez: ¡NOOOO! Estábamos muy asustadas y no sabíamos que hacer.
El jefe se fue y nos dejó solas. Nosotras lloramos desconsoladamente. Después
de unos 30 minutos otro alienígena vino y abrió nuestra celda. Solo sacó a
Facunda cogiéndola de la mano. Sara y yo aprovechamos para escaparnos, pero no
pudimos, el alienígena nos paró y nos volvió a meter.
Poco
después el mismo alienígena vino y cogió a Sara. Yo estaba asustadísima y no
sabía qué hacer, lloré y lloré.
Treinta minutos después vino de nuevo el
alienígena y abrió la celda. Antes de que me pusiera la mano encima yo me
escabullí entre sus brazos y corrí hacia la sala de control.
Entonces
llegué, allí se encontraba Grantulin, el jefe de los alienígenas invasores
estaba sentado en su silla hecha de terciopelo. Me acerqué y el me miró con
cara de pocos amigos, se levantó dispuesto a luchar. Era mi última oportunidad
si no lo conseguía toda la humanidad desaparecería. Debía de vencer a ese bicho
y destruir el recipiente donde albergaban su arma secreta, el coronavirus.
Antes de nada, vi a mis amigas que estaban en el suelo casi desintegradas,
muertas. Iba a ir a por Grantulin y su ácido, o desintegrador, o lo que sea que
fuera el Covid-19, pero se adelantó y apretó un botón que tiró el barril del
Coronavirus a la Tierra.
FIN.
Daniel
Lucaci